BOLTHOLE

¿Somos lo que proyectamos o lo que escondemos?

Bolthole, de Leonor Ruiz Dubrovin, es una muestra de pintura en la que se cuestiona la identidad, donde aquello que se representa es una teatralización del ser.

En la contemporaneidad que vivimos es muy difícil encontrar la autenticidad de las personas porque muchas se presentan a través de todo tipo de filtros.

En sus obras la autora hace un recorrido por el estadio de un presente –entendido como no lugar– donde la construcción del yo es, muchas veces, un conjunto de mentiras que termina revelando varias verdades a medias. Muchas de ellas hirientes a la par de desconcertantes, tal y como se muestra en sus lienzos.

Quizá, lo inquietante de sus pinturas, gracias a esa pulida técnica de veladuras, no son las figuras en sí, puesto que su belleza podría calmar aquello que nos trastorna, sino que es el saber que lo que vemos está alejado de la realidad que conocemos. O que, esa realidad que conocemos, está muy alejada del ideal de paz que buscamos.

Bolthole, además de un lugar que sublima el escondite para que seamos más auténticos que nunca, es también el único refugio para los estetas que necesitan que, al fin, alguien represente una mitología en la que de verdad podamos reconocernos.

Ningún rostro será el reflejo exacto del nuestro y precisamente por eso ahí estamos incluidos todos, en esa búsqueda que solo acaba cuando la muerte nos lo permite.

Las figuras que Ruíz Dubrovin crea son atisbos de una sociedad que lejos de la libertad real, busca la libertad del individuo que a su vez no es más que un engaño global sobre cómo debería ser la auténtica lucha por ser quienes somos.

La exquisitez con la que la artista presenta todas estas cuestiones de cariz filosófico logra que los espectadores aguanten la crudeza del presente sin acabar destruidos ante la insoportable construcción fallida del ser que estamos viviendo.

María von Touceda – Crítica de Arte